Es muy habitual, demasiado habitual, que nos consideremos incapaces de algo y manejar nuestro dinero es una de las más típicas incapacidades declaradas. Pero es una excusa. La vida nos enseña que muy a menudo querer es poder, así que no me digas que no puedes y comienza a pensar en tu jubilación.

Mi primer post de esta nueva época y en esta segunda web tiene que ser obligatoriamente un artículo para que el lector comprenda dos cosas fundamentales: que cuando las cosas son como son no valen las excusas y que si lo que quiere es valerse de excusas, éste no es el lugar adecuado. Vamos al tajo.


Mar no va a poder manejar su dinero

Muy a menudo, demasiado, me han dicho que yo lo veo todo muy fácil y que no es tan fácil. “No puedo” es una expresión que me han repetido tantas veces que cada vez que la escucho algo se remueve dentro de mí y me pongo enfermo. Porque ése “no puedo” es, en el 99% de las ocasiones, la peor de las excusas y la peor de las mentiras que uno se puede contar a sí mismo.

Lamentablemente, conozco muy de cerca a personas que nunca van a poder manejar su dinero y les voy a contar la historia de una de ellas: mi propia hija.

Mar nació aparentemente normal, pero algo se descolocó en su cerebro a los tres o cuatro meses y las cosas se pusieron muy feas. Le hicieron todo tipo de pruebas neurológicas y genéticas y nada descubrieron, pero las noticias que recibimos en aquél momento no fueron buenas.

«Como un ordenador estropeado»

“Es como un ordenador estropeado que va desconectando periféricos, hasta que los desconecte todos” o “si son creyentes, recen, y si no, apelen al destino”, fueron algunas de las frases con las que nos obsequió la ciencia médica, tan limitada cuando se trata de explicar el funcionamiento del cerebro.

Mar no veía, no oía, prácticamente no se movía, había perdido el tono muscular, tenía grandes dificultades para succionar y para tragar, aunque todo eso lo había hecho correctamente hacía sólo unas semanas. Claramente, era un caso desesperado y los médicos no apostaban ni un euro por ella.

Eso es “no poder” y lo demás son excusas. Pero Mar quería, ya lo creo que quería, y sus padres también queríamos. No nos conformamos con el “no puede” de los médicos y nos aferramos alvamos a intentarlo” que nos ofreció un maravilloso grupo de terapeutas especialistas en atención temprana a niños con parálisis cerebral.


Los primeros avances del «puede»

Comenzó a responder a las terapias poco a poco, aunque las mejorías en realidad solo las veían las profesionales que trataban a la niña porque eran claramente imperceptibles por alguien no versado en la materia. Al cabo de unos meses, Mar era capaz de mover los ojos en la dirección en la que se movía un objeto o de responder a un ruido girando la cabeza.

Recuerdo a su madre, fisioterapeuta ella, llorando cada mañana mientras trataba a Mar con una mezcla de amor de madre y técnicas profesionales. Y me recuerdo a mí mismo llorando mientras clavaba los dedos a Mar entre las costillas y ella trataba de zafarse de mi presa. Su madre delegó esa terapia llamada Vojta en mí porque ya no podía más.

En aquél verano, Mar pudo fácilmente soportar tres horas de terapia cada mañana y aquello logró poco a poco su objetivo. Fue recuperando el tono muscular y comenzó a sujetar de nuevo la cabeza.

Los médicos, sin embargo, seguían instalados en el “no puede”. Reconocían los progresos pero quedaban siempre condicionados por el “no podrá subir el siguiente escalón”. Su madre y sus terapeutas no cejaron en el empeño y Mar empezó a intentar moverse. Quiso la fortuna que fuera yo quien descubrió su primer volteo.

Luego logró arrastrarse por el suelo, comenzó un incipiente gateo, logró sentarse y permanecer sentada sin caerse y recién cumplidos los 18 meses logró caminar, un hito que la mayor parte de los médicos descartaban de plano.


Nuevo objetivo: «puede» ser autónoma

En esta fase poco a poco comenzamos a cambiar el foco. Cuando nos dieron la noticia, lo importante era la supervivencia de Mar. Ahora comenzaba la batalla por su mejoría, por conseguir su máximo grado de autonomía.

Afortunadamente, la niña es todo un personaje. Lucha todo lo que haya que luchar y aguanta todo lo que haya que aguantar. Y todo con una sonrisa en la boca y sin dejar su vida “normal”. Cada mañana iba a la guardería, de la que la sacábamos un rato tres veces a la semana para ir a sus terapias.

Siempre recordaré la implicación de toda la gente de la guarde. Ellas también entraron de lleno en el proceso y en ningún momento se apuntaron al “no puede”. Y lograron que Mar tragara, y que se divirtiera y que se socializara. Bueno, en realidad, lo de la socialización lo lleva en los genes y solo hubo que encauzarlo correctamente.

Llegó el momento del ir al cole y hubo que buscar algo adecuado para Mar. Va a un aula abierta junto a seis niños más. Es un aula de educación especial dentro de un cole normal. En un cole público, que conste. Allí recibe clases, terapias e incluso acude algunas horas a las clases del grupo al que le tocaría ir si no fuera discapacitada.

En la dedicatoria del nuevo libro digo de ella que es “excesiva y brutal para todo, en lo bueno y en lo malo” y no se me ocurre mejor definición. Es la más cariñosa de las personas, la más alegre y la más feliz, pero también la más complicada, la más tozuda y la más imprevisible.

mltradingzone - superación

Ha demostrado unas capacidades sobresalientes para la escalada. Trepa a donde haga falta con una soltura inimaginable, es muy prudente y nunca se cae. También maneja con soltura su patinete o le apasiona volar. En cambio, no habla. Apenas si logra decir unas cuantas palabras. Pero comunicarse, se comunica de maravilla y siempre consigue lo que quiere.

Hay que verla manejar la tablet en la que tiene un programa con pictogramas que le sirven para hacer frases… Solo tiene cinco años y no puede, pero sí quiere. No iba siquiera a vivir y hoy no es descartable que llegue a hablar aunque sea rudimentariamente…

Ella pertenece al 1% que, efectivamente, no podrá nunca manejar su dinero. Los demás, si no lo hacen, es porque no quieren. Pueden poner la excusa de que no valen para eso o de que no tienen tiempo, pero no dejará de ser una excusa. Luego, cuando llegue el recorte de la pensión de jubilación, que nadie se llame a engaño porque la culpa será suya.

Y un último ruego. A mí no me digas que no puedes. Soy el padre de Mar y sé muy bien lo que es «no poder». Es más, a ella le debo buena parte de mi determinación por «poder».

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